viernes, 20 de enero de 2012

LAS 18 HORAS QUE TAMBALEARON LA DEMOCRACIA



A las 18:23 horas de la tarde del lunes 23, cuando se estaba produciendo la segunda votación para la investidura del presidente del Gobierno, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina asaltó el Congreso de los Diputados a punta de pistola y al mando de 16 oficiales y alrededor de 170 suboficiales y guardias.

Los primeros instantes del asalto fueron retransmitidos en directo por las emisoras de radio y televisión gracias a los periodistas y técnicos destacados para cubrir la sesión de investidura de Calvo Sotelo. Pero los golpistas impidieron enseguida la retransmisión de la menor información. Caso diferente fue el de una cámara de Televisión Española, oportunamente “bajada a negro” por el realizador, que fue recogiendo de forma secreta todo lo que sucedía en el interior del hemiciclo y enviando las imágenes a la sede central de TVE, precisamente las imágenes que, al día siguiente, recién fracasado el golpe, sobrecogieron a los españoles.

Imágenes en las que se ve cómo el general Gutiérrez Mellado se enfrentó a los golpistas, cómo Tejero hizo dos disparos al aire y los guardias que le acompañaban dispararon varias ráfagas de metralleta contra el techo; cómo Tejero intentó derribar al suelo, poco después, al teniente general, y cómo los diputados fueron obligados a tirarse al suelo, debajo de sus escaños, permaneciendo durante largos minutos. Sólo el presidente Suárez, el teniente general y el líder comunista, Santiago Carrillo, permanecieron sentados y erguidos en sus escaños.

Tejero anunció a los diputados que asaltaba el Congreso en nombre del Rey, a las órdenes del capitán general de Valencia, Jaime Milans del Bosch, y que esperaba la llegada de la División Acorazada Brunete, con sede en Madrid, para apoyar el golpe.

Nada más tener noticia de que Tejero había asaltado el Congreso, Milans del Bosch hizo público un bando en Valencia e impuso un auténtico estado de guerra en la ciudad. Aseguró, igual que Tejero, estar actuando en nombre del Rey. A continuación, sacó los tanques a la calle.

Tanto Milans como Tejero contaban con que la División Acorazada Brunete, la más potente y mejor dotada del Ejército español hubiera salido ya de sus acuartelamientos, que rodean Madrid, y estuviera ocupando los puntos estratégicos de la capital. Pero la casualidad hizo que en la División Acorazada empezara a cortarse, por primera vez en esa dramática jornada, el nudo gordiano del golpe de Estado: la especie de que el Rey estuviera detrás del complot.

El jefe de la División Acorazada, general Juste, que no estaba en la conspiración golpista, fue engañado por los conjurados, que inventaron el pretexto de unas maniobras fuera de Madrid para alejarle de la capital. En cuanto Juste se ausentó, otro de los golpistas, el general Torres Rojas, gobernador civil de La Coruña, se trasladó urgentemente a Madrid y se hizo con el mando de la DAC. Pero Juste regresó de forma imprevista y se encontró con la presencia inesperada de  en el cuartel general de la DAC, del general Torres Rojas, quien le explicó a él y al resto de los jefes y oficiales, que el Ejército estaba interviniendo para garantizar el orden y la seguridad en España y que todo se hacía con el conocimiento y apoyo del Rey. Es más, y aquí está el punto decisivo que descubrió la falsedad: el comandante Pardo Zancada, jefe del Estado Mayor de la DAC añadió que el general Armada se hallaba en esos momentos en el palacio de La Zarzuela dispuesto a cumplir las órdenes del Rey porque, insistió, todo se hacía con el conocimiento y consentimiento de Su Majestad.

Juste logró ponerse en contacto telefónico con el secretario de la Casa del Rey, general Sabino Fernández Campo, al que preguntó por Armada. La respuesta de Fernández Campo fue esclarecedora: “Armada ni está aquí ni se le espera”.

La respuesta produjo un doble efecto. Por un lado, el jefe de la poderosa División Acorazada comprendió de forma inmediata que era mentira que el Rey estuviera amparando el golpe. Y, por otro, tanto Sabino Fernández como el propio Rey se dieron cuenta de que el general Armada estaba en el centro de la conspiración. A partir de ese momento cada uno hace los momentos que le competen.

A esas horas, ya pasadas las siete de la tarde, algunas unidades de la Brunete ya se habían puesto en marcha y salían de sus acuartelamientos, pero el capitán general de Madrid, Guillermo Quintana Lacaci, que había hablado muy pronto con el Rey y por tanto era conocedor de su oposición al levantamiento, reaccionó inmediatamente. Se puso en contacto con el jefe de la DAC, el general Juste, y entre los dos lograron romper la cadena de órdenes que los golpistas habían dado desde el cuartel general de la División Acorazada, localizado en El Pardo, y que ya habían puesto en marcha a las distintas unidades de la Brunete. Esta fue la tercera y decisiva carta de Milans para hacer triunfar el golpe. La primera, el asalto al Congreso por parte de Tejero. La segunda, su propia sublevación en Valencia y la salida de los carros y las tropas para tomar la ciudad. La tercera, debía ser la salida de la División Acorazada de Madrid. Con estas tres cartas, el resto de las regiones militares se habrían sumado al golpe. Pero esta tercera carta le falló.

En cualquier caso, Milans siguió desde Valencia buscando apoyos en otras capitanías generales. Por su parte, el Rey hizo un recorrido idéntico pero con sentido totalmente contrario al de Milans: quiso aclarar a todos los mandos que estaba contra el golpe y con la Constitución. Precisamente esta acción del Rey resultó determinante, porque la realidad fue que la mayoría de los capitanes generales, puestos al habla con el Rey, lo que hicieron fue ponerse a sus órdenes. Ello quería decir que estaban a las órdenes del Rey para lo que el Rey decidiese: apoyar o enfrentarse al golpe.

De esta actitud son un inmejorable ejemplo las declaraciones del propio Lacaci, realizadas con posterioridad al fracaso del golpe, en el que quedó de manifiesto la importancia que tuvo el último mensaje de Franco en el que pidió (y los militares lo consideraron una orden) que se apoyara al nuevo jefe del Estado. “Os pido que le prestéis en todo el momento el mismo apoyo y colaboración que de vosotros he tenido”. Y esto es lo que el nuevo ministro de Defensa del Gobierno de Calvo Sotelo, Alberto Oliart, escuchó de labios del franquista capitán general de Madrid, muy pocas semanas después del fracaso del golpe.

Mientras Juste y Lacaci lograron detener las tropas de la DAC, torciendo los planes de Milans, el general Armada insistía en acudir al palacio de La Zarzuela a explicarle al Rey lo que sucedía. Pero Sabino Fernández Campo se opuso rotundamente, consciente del riesgo inmenso que la noticia de ese encuentro, convenientemente manipulado por Armada, transmitiría a los golpistas, ordenándole que se mantuviera en su puesto de trabajo, en la sede del Estado Mayor.

Para entonces y puesto que el Gobierno legítimo de la nación permanecía secuestrado, de La Zarzuela salió la indicación de que se constituyera de inmediato una suerte de gabinete provisional, formado por los subsecretarios y secretarios de Estado, que impidiera la situación de vacío de poder que el intento de golpe provocó.

A las nueve de la noche de ese 23 de febrero, Milans mantuvo una larga e importante conversación telefónica con Armada, de la que salió la idea de que este último consiguiera autorización para acudir al Congreso e intentara buscar una salida al golpe, que aunque todavía no había fracasado ya estaba claro que no iba a triunfar.

Armada llamó entonces al general Fernández Campo y le propuso acudir al Congreso para plantear la formación de un gobierno de concentración nacional presidido por él. El secretario de la casa del Rey consideró descabellada la idea planteada por Armada de que los diputados secuestrados le fueran a votar como presidente del gobierno bajo la amenaza de las armas y se negó de plano a admitirla. A lo que sí le autorizó fue a que acudiera a hablar con Tejero a título exclusivamente personal y con la prohibición taxativa de que utilizase en absoluto el nombre del Rey. Puesto que Tejero ya había hecho saber que sólo estaba dispuesto a tratar con el general Armada, éste tuvo el cometido de intentar que el asaltante depusiera en su actitud.

Armada y Tejero se entrevistaron a las doce y media de la noche en una habitación cerca de la entrada del Congreso. Allí, desobedeciendo las órdenes recibidas, el general insistió en proponerle la idea del gobierno de concentración nacional presidido por el mismo. Le leyó incluso la lista de posibles ministros, que incluía comunistas como Solé Tura o Ramón Tamames, socialistas como Felipe González o Javier Solana, centristas como Pío Cabanillas o Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y miembros de la derecha y del sector financiero como Manuel Fraga, José María López de Letona (ex gobernador del Banco de España) y Carlos Ferrer Salat (dirigente de la CEOE). La ira de Tejero estalló, pues no estaba dando un golpe de Estado, según dijo, para traer un gobierno de socialistas y comunistas. Tejero exigía la constitución de la Junta Militar presidida por Milans del Bosch, advirtiendo que a partir de ese momento sólo aceptaría las órdenes de Milans.

Pero Armada volvió a intentarlo por otra vía. Acudió a hablar con Francisco Laína, director de la Seguridad del Estado, que en esos momentos presidía el recién constituido gobierno provisional, llamado también gobierno de subsecretarios. Armada propuso a Laína una nueva fórmula, que el general intentó vender en bien de España, para evitar la división del Ejército y para proteger al Rey y a la Monarquía: nada menos que un gobierno militar, también presidido por él mismo.

A esas horas, las cosas van quedando mucho más claras, a propósito del papel que Armada seguía queriendo desempeñar, en este golpe de Estado que aún no había sido completamente derrotado. Tras el tenso encuentro con el presidente del “gobierno de subsecretarios” Armada regresó a su despacho en el Estado Mayor, aunque en esta ocasión acompañado de escoltas que el escamado Laína le puso en previsión de lo que pudiera suceder.

Milans del Bosch, el único que sacó los carros a la calle, consciente de que ninguna otra región militar se sumaría a esas alturas al golpe, mantuvo ocupada la ciudad hasta la una y veinte de la madrugada, momento en el que termina de escuchar el mensaje del Rey. No obstante, mantuvo en vigor el bando por el que impuso en toda la región el estado de sitio. Una actuación avalada por el hecho de que Tejero, desde el Congreso, continuaba negándose a aceptar la rendición.

Era la una y trece de la madrugada cuando el Rey se dirigió a todos los españoles. El mensaje televisado de don Juan Carlos, vestido con el uniforme de capitán general, contenía un primer párrafo dirigido a los mandos militares que todavía podían albergar alguna duda sobre el destino del golpe y la posición del Rey:
“Al dirigirme a todos los españoles con brevedad y concisión en las circunstancias extraordinarias que en estos momentos estamos viviendo, pido a todos la mayor serenidad y confianza y les hago saber que he cursado a los capitanes generales de las regiones militares, zonas marítimas y regiones aéreas la orden siguiente:
Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el palacio del Congreso, y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor que tomen las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente.
Cualquier medida de carácter militar que, en su caso, hubiera de tomarse, debe contar con la aprobación de la Junta de Jefes de Estado Mayor.

La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través del referéndum”.

Fuerzas militares desplegadas durante la noche en que el Congreso fue tomado.


TRANQUILIDAD TRAS EL MENSAJE DEL REY
A las cinco de la madrugada Milans del Bosch arrojó la toalla, enviando a La Zarzuela el texto por el que anulaba el bando con el que impuso el estado de sitio, anulación que no se hizo pública hasta las seis menos cuarto de la mañana.

A las doce horas, los diputados secuestrados, seguidos de los miembros del Gobierno, con su presidente cerrando la marcha, salieron del Congreso recuperando la libertad. Media hoira después, Tejero se entregó al director general de la Guardia Civil, general Aramburu Topete. El golpe había fracasado.

Las multitudinarias manifestaciones que tuvieron lugar en España el día 27, ya con un nuevo presidente de Gobierno, en las que millones de españoles se echaron a la calle para manifestar su apoyo a la democracia y a la Constitución, fueron la expresión masiva de los españoles frente a la amenaza de quienes quisieron derribar lo conseguido con tantos esfuerzos y renuncias. Paradójicamente, el intento de golpe de Estado consiguió devolver a la ciudadanía la fe en las instituciones y la ilusión política perdida en los tiempos pasados del `desencanto´.

El 25 de febrero se repitieron en el Congreso las votaciones interrumpidas el día 23. En esta ocasión, el candidato Leopoldo Calvo Sotelo obtuvo la mayoría absoluta que días atrás no pudo lograr: 189 votos. El 26 de febrero juró su cargo ante el Rey y se dispuso a gobernar en solitario, a pesar de las muchas voces que le aconsejaron formar un gobierno de coalición con el PSOE. Calvo-Sotelo temía que su partido, UCD, profundamente desunido, no pudiera aguantar sin romperse el empuje de un partido sólido y cohesionado como el PSOE.

La primera preocupación de Calvo Sotelo fue devolver la tranquilidad a la ciudadanía y recuperar la normalidad de la vida política. Pero antes, el presidente tomó importantes decisiones en torno al golpe de Estado. El mismo día 26 en que juró su cargo, se hizo público el nombramiento del juez instructor del caso del 23-F. También fueron arrestados, además de las cabezas visibles, todos aquellos responsables cuya participación en el intento estaba fuera de dudas. Calvo-Sotelo acotó de esta forma el problema en las personas, en el espacio y en el tiempo.

Superados los momentos más angustiosos tras el 23-F, volvieron a surgir con fuerza las grandes cuestiones de Gobierno que habían quedado apartadas por el impacto del golpe: la conducción del desarrollo autonómico, que provocaría la definitiva quiebra interna de UCD, la incorporación de España a la OTAN, la aprobación de la Ley del Divorcio y, finalmente, el juicio a los implicados en el 23-F, que tensó hasta límites extraordinarios el clima político del país.


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